Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS



Comentario

CAPÍTULO III


Que la Sagrada Escritura nos da a entender que la tierra está en medio del mundo



Y aunque a Procopio Gazeo y a otros de su opinión les parezca que es contrario a la Divina Escritura poner la tierra en medio del mundo y hacer el cielo todo redondo, más en la verdad ésta no sólo no es doctrina contraria, sino antes muy conforme a lo que las letras sagradas nos enseñan. Porque dejando aparte que la misma Escritura usa de este término muchas veces: la redondez de la tierra, y que en otra parte apunta que todo cuanto hay corporal es rodeado del cielo y como abarcado de su redondez, a lo menos aquello del Ecclesiastés no se puede dejar de tener por muy claro, donde dice: "Nace el sol y pónese, y vuélvese a su lugar, y allí tornando a nacer da vuelta por el Mediodía, y tuércese hacia el Norte, rodeando todas las cosas anda el espíritu alderredor y vuélvese a sus mismos cercos." En este lugar dice la paráfrasis y exposición de Gregorio el Neocesariense o el Nazanzeno: "El sol, habiendo corrido toda la tierra, vuélvese como en torno hasta su mismo término y punto." Esto que dice Salomón y declara Gregorio, cierto no podía ser si alguna parte de la tierra dejase de estar rodeada del cielo. Y así lo entiende San Jerónimo escribiendo sobre la Epístola a los Efesios de esta manera: "los más comúnmente afirman conformándose con el Ecclesiastés, que el cielo es redondo y que se mueve en torno a manera de bola. Y es cosa llana que ninguna figura redonda tiene latitud ni longitud, ni altura ni profundo, porque es por todas partes igual y pareja, etc.". Luego, según San Jerónimo, lo que los más sienten del cielo que es redondo, no sólo no es contrario a la Escritura, pero muy conforme con ella, pues San Basilio y San Ambrosio, que de ordinario le sigue en los libros llamados Hexameron, aunque se muestran un poco dudosos en este punto, al fin más se inclinan a conceder la redondez del mundo. Verdad es, que con la quinta substancia que Aristóteles atribuye al cielo, no está bien San Ambrosio. Del lugar de la tierra y de su firmeza es cosa cierta de ver, cuán galanamente y con cuánta gracia habla la Divina Escritura, para causarnos gran admiración y no menor gusto de aquella inefable potencia y sabiduría del Creador. Porque en una parte nos refiere Dios, que él fue el que estableció las columnas que sustentan la tierra, dándonos a entender, como bien declara San Ambrosio, que el peso inmenso de toda la tierra le sustentan las manos del divino poder, que así usa la Escritura nombrar columnas del cielo y de la tierra, no cierto las del otro Atlante que fingieron los poetas, sino otras propias de la palabra eterna de Dios, que con su virtud sostiene cielos y tierra. Mas en otro lugar la misma Divina Escritura, para significarnos cómo la tierra está pegada y por gran parte rodeada del elemento del agua, dice galanamente, que asentó Dios la tierra sobre las aguas, y en otro lugar, que fundó la redondez de la tierra sobre la mar. Y aunque San Agustín no quiere que se saque de este lugar como sentencia de fe que la tierra y agua hacen un globo en medio del mundo, y así pretende dar otra exposición a las sobredichas palabras del Salmo, pero el sentido llano sin duda es el que está dicho, que es darnos a entender que no hay para qué imaginar otros cimientos ni estribos de la tierra sino el agua, la cual con ser tan fácil y mudable, la hace la sabiduría del supremo Artífice, que sotenga y encierre aquesta inmensa máquina de la tierra. Y dícese estar la tierra fundada y sostenida sobre las aguas y sobre el mar, siendo verdad que antes la tierra está debajo del agua que no sobre el agua, porque a nuestra imaginación y pensamiento, lo que está de la otra banda de la tierra que habitamos, nos parece que está debajo de la tierra, y así el mar y aguas que ciñen la tierra por la otra parte, imaginamos que están debajo, y la tierra encima de ellas. Pero la verdad es que lo que es propiamente debajo, siempre es lo que está más en medio del universo. Más habla la Escritura conforme a nuestro modo de imaginar y hablar. Preguntará alguno, pues la tierra está sobre las aguas, según la Escritura, las mismas aguas ¿sobre qué estarán, o qué apoyo tendrán? Y si la tierra y agua hacen una bola redonda, toda esta tan terrible máquina ¿dónde se podrá sostener? A eso satisface en otra parte la Divina Escritura causando mayor admiración del poder del Creador. "Extiende (dice) al Aquilón sobre vacío, y tiene colgada la tierra sobre no nada." Cierto galanamente lo dijo. Porque realmente parece que está colgada sobre no nada la máquina de la tierra y agua, cuando se figura estar en medio del aire, como en efecto está. Esta maravilla de que tanto se admiran los hombres, aun la encarece más Dios preguntando al mismo Job: "¿Quién echó los cordeles para la fábrica de la tierra? Dime si lo has pensado ¿o en qué cimiento están aseguradas sus basas?" Finalmente, para que se acabase de entender la traza de este maravilloso edificio del mundo, el profeta David, gran alabador y cantor de las obras de Dios, en un Salmo que hizo a este propósito, dice así: "Tú que fundaste la tierra sobre su misma estabilidad y firmeza, sin que bambalee ni se trastorne para siempre jamás." Quiere decir, la causa porque estando la tierra puesta en medio del aire no se cae ni bambalea es porque tiene seguros fundamentos de su natural estabilidad, la cual le dio su sapientísimo Creador para que en sí misma se sustente sin que haya menester otros apoyos ni estribos. Aquí pues, se engaña la imaginación humana buscando otros cimientos a la tierra y procede el engaño de medir las obras divinas con las humanas. Así que no hay que temer por más que parezca que esta tan gran máquina cuelgue del aire, que se caiga o trastorne, que no se trastornará, como dijo el Salmo, para siempre jamás. Con razón, por cierto, David, después de haber contemplado y cantado tan maravillosas obras de Dios, añade: "Gozarse ha el Señor en sus obras", y después, "¡Oh qué engrandecidas son tus obras, Señor! bien parece que salieron todas de tu saber." Yo cierto si he de decir lo que pasa, digo que diversas veces que he peregrinado pasando esos grandes golfos del mar océano y caminando por estotras regiones de tierras tan extrañas, poniéndome a mirar y considerar la grandeza y extrañeza de estas obras de Dios, no podía dejar de sentir admirable gusto con la consideración de aquella soberana sabiduría y grandeza del Hacedor, que reluce en estas sus obras, tanto que en comparación de esto, todos los palacios de los reyes y todas las invenciones humanas me parecen poquedad y vileza. ¡Oh, cuántas veces se me venía al pensamiento y a la boca aquello del Salmo! "Gran recreación me habéis, Señor, dado con vuestras obras, y no dejaré de regocijarme en mirar las hechuras de vuestras manos." Realmente tienen las obras de la Divina arte un no sé qué de gracia y primor como escondido y secreto, con que miradas una y otra y muchas veces, causan siempre un nuevo gusto. Al revés de las obras humanas, que aunque estén fabricadas con mucho artificio, en haciendo costumbre de mirarse no se tienen en nada, y aun cuasi causan enfado, sean jardines muy amenos, sean palacios y templos galanísimos, sean alcázares de soberbio edificio, sean pinturas o tallas, o piedras de exquisita invención y labor, tengan todo el primor posible, es cosa cierta y averiguada que en mirándose dos o tres veces, apenas hay poner los ojos con atención, sino que luego se divierten a mirar otras cosas, como hartos de aquella vista. Mas la mar, si la miráis o ponéis los ojos en un peñasco alto que sale acullá con extrañeza, o el campo cuando está vestido de su natural verdura y flores, o el raudal de un río que corre furioso y está sin cesar batiendo las peñas y como bramando en su combate y, finalmente, cualesquiera obras de naturaleza por más veces que se miren, siempre causan nueva recreación y jamás enfada su vista, que parece sin duda que son como un convite copioso y magnífico de la Divina Sabiduría que allí de callada sin cansar jamás, apacienta y deleita nuestra consideración.